Hay libros, cómics, novelas gráficas que son y han supuesto tal esfuerzo para sus autoras o autores que, personalmente, da vértigo encontrar la forma de empezar a hablar de ellas. Que una obra artística, sea un cuadro, una novela o un tebeo te guste significa que, de una o muchas maneras, quien la realizó coincidió de alguna forma contigo, a nivel mental, en ese espacio que los anglosajones llaman los «six degrees of separation», o lo que es lo mismo, esos supuestos seis grados de separación que constituyen la idea de que todos los seres vivos y todo lo demás en el mundo están a seis pasos o menos uno de otro, de modo que, de alguna forma, todos podríamos estar conectados pese a ser billones de habitantes en el planeta. A nivel emocional, cuando una obra como esta magistral y enorme novela gráfica que es Alimentar a los fantasmas te toca hasta el punto que su autora, Tessa Hulls, es capaz de hacerlo, faltan las palabras. Para empezar, porque la extraordinaria odisea gráfica que ha llevado a esta norteamericana a lo largo de más de diez años de trabajo intenso, profunda investigación e impresionante despliegue en casi 400 páginas dibujadas debería ser obra de consulta y práctica en toda escuela de cómic que se preciase. Tessa Hulls se autodefine como «comic journalist», que vendría a traducirse como alguien capaz de ejercer el periodismo a través de viñetas, a través del cómic. De ahí que sea tan difícil describir con meras palabras algo que se lee con tanta intensidad como se aprende la historia de tres generaciones de mujeres a través de una novela gráfica. Alimentar a los fantasmas es el crudo y visceral relato de vida de su abuela Sun Yi, una periodista perseguida tras la llegada del comunismo a China; de su madre, Rose, exiliada con dolor de su país de origen y la conciencia vital de la propia Tessa Hulls, que al cumplir treinta años decidió rescatar la memoria de su familia, reconciliando el pasado para poder afrontar su futuro.

«No creo que el tiempo sea lineal -declaraba Tessa Hulls en la rueda de prensa que sirvió de presentación a su libro como comienzo de la promoción de este libro en España-. Creo que hay una forma en la que sanamos el pasado para curar el futuro. Cuando nos movemos en nuestra vida con traumas sin resolver y con cosas que no hemos aprendido o el lenguaje o forma para expresarlo, continuaremos manteniendo esas fracturas en el futuro. Por eso fui parte de esta historia para sentir y recobrar la esperanza en el futuro tanto en el microcosmos de mi relación con mi madre como, por extensión, mi abuela».

En un ejercicio de honestidad brutal, esta novela gráfica dividida en 9 partes y un epílogo, incluye también un descarnado prólogo donde Tessa Hulls, como persona antes incluso que artista, confiesa y explica, completamente expuesta, lo que es esta historia y el ejercicio y absorbente experimento visual al que vamos a asistir a lo largo de la historia de su familia desde 1927 hasta 2022. «El libro que tienes en las manos -explica la autora en sus primeras páginas- es un registro de este viaje de casi una década. Cuenta mi historia de la única forma que puede contarse: como parte de una trinidad entrelazada en la que mi madre, mi abuela y yo nos fundimos en un telón de fondo con la historia de China y de la Diáspora. Empieza con una pregunta muy íntima: ¿qué destrozó a mi familia? Esta pregunta me llevó a ser consciente de cómo el tiempo hace añicos muchos vínculos, de cómo la mente destrozada de mi abuela era el reflejo de lo fracturado que estaba su país y de cómo nuestros tres corazones rotos sangraban por la misma costura«.
«He incluido textos de las memorias de Sun Yi -continúa explicando la autora- para permitirle hablar con sus propias palabras. He pasado años trabajando con mi madre para recopilar su historia. En lo que a mi respecta nuestras narraciones chocan a menudo; nos hemos refutado cada historia. Pero, ¿qué es la familia sino una historia compartida? Acaso no son las grietas espacios donde las verdades chocan? Estas páginas son el mapa más preciso que he sido capaz de dibujar del paisaje de la ruptura de mi familia. Haré todo lo que esté en mi mano para guiarte bien por esta jungla».

Y sin embargo resulta del todo inimaginable hacerse una idea de lo que Alimentar a los fantasmas construye en torno a una idea tan teóricamente simple. Porque Tessa Hulls recorre con pulcritud, exhaustiva exactitud y muchísimo detalle cada uno de los años por los que recorre la historia de China a partir de la historia de su abuela, Sun Yi, llevándonos a conocer a una mujer mucho más compleja de lo que su propia nieta pudo pensar cuando convivió con alguien de quien apenas conoció un declive mental con el que ya tuvo que enfrentarse incluso antes de abandonar China. Para Tessa, muchos de los recuerdos de su abuela Sun Yi eran son los de una mujer enferma, con una severa dependencia, en especial de su hija por la barrera idiomática. Una mujer que hasta sus últimos días escribía compulsivamente incluso cuando su trazo no tenía sentido o era ilegible y apenas era capaz de comunicarse. «Creo que el hecho de escribir era su forma de pensar que volvería a poner su mente en orden -apunta la autora al volver la vista atrás-. Pienso que escribir fue siempre su medio de expresión y del mundo que controlaba y éste colapsó. Creo que pensaba que si podía retomar el control de la historia eso la salvaría, pero no podía, era imposible. Si hubiese sido capaz de reescribir su historia, hubiese sido un acto de salvación, pero ya no podía y tuve que hacerlo yo por ella, dos generaciones después«.

Tessa Hulls lo expresa tal cual al inicio del libro: «mi abuela vivía con nosotras. Pero de pequeña yo sólo sabía tres cosas de ella. Uno: que era de China. Dos: que había sido periodista y autora de unas memorias superventas. Tres: que, mucho tiempo atrás, le pasó algo y perdió la cabeza». Por supuesto, lo que descubrió esta artista, movida en parte por la muerte de su abuela cuando más desapegada estaba de su familia, es tal revelación que permaneces atónito a partir del momento en que somos testigos, de la impresionante historia personal que hubo detrás de Sun Yi e incluso de su madre Rose. «Me he pasado 30 años huyendo de este libro, -confirma ya desde la distancia de su costosa elaboración-. Yo en un primer momento no quería abrir esta puerta, quería que el pasado quedara enterrado. Sospechaba que se iba a convertir en algo más grande de lo que plantee o pensé, porque antes de tener la traducción de las memorias de mi abuela, la historia que yo tenía era simplemente un mito en blanco y negro que no tenía matices, que no tenía nada de la complejidad que luego descubrí. Entonces me di cuenta de que mi abuela era un personaje mucho más complejo de lo que pensaba y supe que iba a tener que cambiar lo que planteaba por una comprensión clara de lo que significa toda esta historia en mayúsculas. Si hubiera sabido esto desde el principio y lo que iba a suponer, seguramente hubiera pasado 10 años más huyendo de esta historia».

Lo cierto es que, cuando aún seguimos sin superar las revelaciones históricas de novelas gráficas como Hierba o La espera en la cercana Corea de Keum Suk Gendry-Kim o en las de mujeres valientes como Marjane Satrapi y su imprescindible Persépolis, lo que descubrió y nos cuenta Tessa Hulls ahondando en la historia de China como escenario inevitable de las vidas de su abuela y de su madre, nos despiertan a una realidad tan ajena a este mundo globalizado donde el destello de la inmediatez nos hace olvidarnos de todo el pasado que nos ha traído hasta aquí, que no es de extrañar que sigamos tropezando mil veces en la misma piedra. «Ahora mismo como americana -confirma la autora reflexionando sobre el tema- las diferencias raciales suponen un problema existencial en mi país. Y hasta cierto punto hay similitudes con el régimen comunista chino al pretender reescribir una historia que nunca existió. La administración de Trump intenta detener algo imparable. No sé hasta que punto podría hablar de que existe un problema pero hay un lado, en el poder, que intenta negar la innegable realidad«.

Alimentar a los fantasmas despierta el recuerdo de tantas atrocidades, incluidas por supuesto las previas a la llegada del brutal comunismo de Mao, cometidas por un ejército japonés que deja a la cultura nipona del siglo pasado (como en Corea) a la altura del genocidio. Y llegados ya la China comunista, asistimos a los increíbles episodios en que el nuevo y férreo régimen torturaba mentalmente a miles de personas como la abuela de la autora quienes, simplemente, querían seguían pensando por si mismas. En ese momento y, pese al forzado oportunismo vital de Sun Yi, quien no dudó en aprovecharse de su atractivo físico para sobrevivir y mantener viva a su hija, conocemos a la Sun Yi periodista, considerada como «peligrosa» por los comunistas por haber formado parte del bando contrario previo al triunfo rojo. Es entonces cuando además nació la madre de Tessa Hulls, fruto de su breve relación con un diplomático suizo que no dudo en abandonarlas a ambas. Es entonces cuando, después de una primera huida a Shanghái en 1957, Sun Yi acabó con su hija en la todavía libre y colonialista Hong Kong, donde escribió unas memorias sobre la persecución sufrida; un verdadero relato de supervivencia que se convirtió en un best seller inesperado y en un libro tan prohibido en la China continental como lo es ahora el cómic de su nieta por la cantidad de verdades incómodas sobre el oscuro y siniestro pasado del comunismo chino.

Tessa Hulls lo confirma: «este es un libro que está prohibido. No creo que se pueda conseguir una copia en China. Hay una edición que se va a publicar en Taiwán. Tengo curiosidad, pero con las tensiones entre China y Taiwán, vamos a ver qué pasa. Pero he recibido muchos mensajes de origen chino de todas partes del mundo y gente que vivió parte de esta historia. He recibido muchas cartas de gente que me ha escrito diciendo “has escrito la historia de mi familia” y esto me ha parecido muy emotivo. Darme cuenta de la profundidad y de cuantas personas de estas generaciones están arrastrando las mismas heridas… Creo que el proceso de hacer un libro tan largo, tan grande, que tiene tanto que ver con la Historia es también un proceso de sanación: ver como algo que era algo tan aislado y que me aislaba tanto al final crea una conexión, una comunidad ya no solo entre generaciones, sino también entre la historia pasada y presente».

A riesgo de desvelar más de Alimentar a los fantasmas, según lees y avanzas en la dinámica forma de contar, a través de sus expresivos dibujos y su ordenada prosa, donde Tessa Hulls mezcla el pasado de su abuela con el de su madre, que la acompañó en alguno de los muchos viajes que realizó a China documentándose e investigando para ofrecernos esta obra magnífica, te invitamos a que te dejes llevar por una historia que atrapa, sorprende y que da mucho en qué pensar cuando reflexionas sobre la realidad a la que se tuvieron que enfrentar tantas personas cuya historia no tendrá la suerte de ser contada ni recordada como la de Sun Yi. Millones de nombres borrados y olvidados por los caprichos y estragos del poder, de las guerras, de imponer el delirio por encima de la razón, el fanatismo por encima de las vidas de las personas.

La última reflexión necesaria sobre Alimentar a los fantasmas, por la que suelen preguntar a menudo a Tessa Hulls, es por la práctica ausencia de personajes masculinos con algo que decir en esta novela gráfica. La respuesta de la autora no deja lugar a dudas: «La ausencia de hombres fue premeditada. En un principio iba a haber una parte del libro hablando de mi padre pero mi editora estuvo de acuerdo en que o bien había 60 páginas más en el libro o ninguna. De modo que al final opté por seguir la línea de las personas que realmente acabaron asumiendo responsabilidades en esta historia. Por eso no hay hombres. Y ese espacio negativo es una poderosa declaración sobre quiénes fueron dentro de la familia quienes mantuvieron la estructura de ésta; quién se encargó de la tarea de ser guardianas de la memoria; quien se llevó las heridas provocadas por la falta de cuidado de otras personas. Mi padre y yo somos extraños. Hace muchos años que no hablamos, de modo que creo que para poder reconciliarnos tendríamos que volver al punto de partida del reconocimiento de responsabilidades y eso es algo que, en todos los puntos de la historia de mi familia donde a los hombres se les pidió que se hiciesen responsables de algo, fallaron».

El personaje de Rose, la madre de Tessa Hulls a este lado de la realidad, se encuentra en un momento que la autora reconoce como delicado: «mi madre se está desvaneciendo». Conviviendo con la demencia, formó parte en la creación de Alimentar a los fantasmas, aunque no haya llegado a poder entender todo el sentido de la obra terminada. Y pese a todo, la autora confiesa que ser capaz de su creación «es útil de una forma tangible. Es un regalo que nos ha permitido a mi madre y a mí entrar en este último capítulo de su vida de otra manera mucho mejor (…) Creo que para mi, gran parte de la estructura de Alimentar a los fantasmas proviene de los lugares en silencio, los lugares de invisibilidad en los que no puedes dejar una historia cuando constantemente te obliga a golpearte contra algo, contra un muro. Y creo que el proceso de escribir a través de la evolución lineal de tres generaciones de mujeres en mi familia, me ha dado la habilidad de caminar a través de estos espacios vacíos sin tener que correr constantemente a través de barreras invisibles. La libertad y la paz que siento lejos de todo eso, no creo que hubiese sido posible de alcanzar de ninguna otra manera. Ellas necesitaban que hiciera algo. Lo hice. Todas podemos estar ahora en paz. Ahora tengo permiso para vivir mi vida sin sentir que tengo un deber que completar».
SOBRE LA AUTORA

TESSA HULLS
Tessa Hulls es una artista, escritora y aventurera que ilumina las conexiones entre el presente y el pasado. Como hija mestiza de dos inmigrantes de primera generación que llegaron a un pequeño pueblo de 350 habitantes, creció sin modelos de cómo encajar en la cultura estadounidense. Su familia no tenía televisión y todavía no existía Internet, por lo que pasó sus años de formación leyendo en la biblioteca pública y vagando sola por las colinas con una mochila llena de libros (todavía lo hace). Esta fusión de soledad, investigación y movimiento hacia adelante sigue siendo la base de su práctica creativa extremadamente multidisciplinaria. Tessa se volvió tranquila y felizmente salvaje en 2011 después de un viaje en bicicleta en solitario de 8.000 kilómetros desde el sur de California hasta Maine, y su inquietud la ha arrastrado alegremente por los siete continentes. Sus viajes la han llevado a hacer de todo, desde trabajar de camarera en la Antártida hasta pintar murales en Ghana y organizar clubes de lectura en el Parque Nacional Denali, pero en estos días se queda quieta y dice que no a casi todo para centrarse en su primera novela gráfica de no ficción, Alimentar a los fantasmas. Tessa ha trabajado como ilustradora, conferenciante, dibujante, editora, entrevistadora, historiadora, escritora, intérprete, chef, muralista, conductora de experimentos sociales, pintora, mecánica de bicicletas, profesora e investigadora para organizaciones como The Washington Post, The Henry Art Gallery, The Rumpus, On the Boards, The Seattle Art Museum y Atlas Obscura. Recibió el premio Artist Trust Arts Innovator Award 2021.