Carentis, por Ainara Rodríguez

“La nube de verano es pasajera, así como las grandes pasiones”, esto era lo que decía la parte favorita del libro preferido de mi abuelo. Desde que nací, cada vez que me veía me decía esta frase, y seguidamente me preguntaba “¿y tú qué quieres ser de mayor?” Y yo siempre le decía “abuelo, yo de mayor quiero ser astronauta, quiero vivir aventuras, conocer otro mundo, encontrar otra especie… quiero hacer todo lo que me cuentas tú en tus historias de cuando eras joven”.

Siempre confiaba en que cuando fuera tan mayor como el abuelo habría vivido todo lo que me contaba que había hecho y que, luego, yo se lo contaría a mis nietos como él hacía conmigo. Cuando tenía siete años, me regaló un traje de astronauta que era súper chulo: tenía todo detalle, ni uno solo le faltaba. “Esto es para que te acuerdes de que tienes que perseguir tus sueños y de que no te rindas nunca” -me dijo cuando me lo regaló-, “sí abuelo, descuida, siempre lucharé para conseguir mi sueño de ser astronauta” -le contesté yo-.

Habían pasado dos años desde aquello, yo ya tenía nueve años cuando mi abuelo cayó muy enfermo en octubre. Mis padres se tuvieron que ir al pueblo y yo hube de quedarme en casa de una amiga porque debía ir al colegio. Estuvieron una semana allí y luego volvieron. Mi abuelo había fallecido, yo estaba súper triste. Mi abuelo para mí era como mi otra mitad, mi otra parte y no entendía cómo podía haber pasado.

Me tiré unas semanas que no tenía ganas de nada, que no me apetecía ir al colegio, y mira que me gustaba el colegio… pero sentía que me faltaba algo porque, aunque vivía lejos, yo le sentía todo el rato a mi lado y encima, siempre me llamaba para que le contara mis aventuras vividas en el colegio. Poco a poco, me fui mentalizando de que él no iba a volver, de que las historias que me contaba no eran más que historias y que nunca pasarían de verdad… y desde que pasó aquello no volví a ser tan feliz como lo era antes.

Fueron pasando los años y, un día, cuando tenía 12 años, haciendo limpieza en mi habitación, me encontré el traje de astronauta que me regaló mi abuelo. Me quedé mirándolo unos minutos y pensé en lo que me dijo mi abuelo cuando me lo regaló y lo que le contesté: “esto es para que te acuerdes de que tienes que perseguir tus sueños y de que no te rindas nunca” … “sí abuelo, descuida, siempre lucharé para conseguir mi sueño de ser astronauta”. Y también recordé la frase que me repetía siempre “la nube de verano es pasajera, así como las grandes pasiones”, y me dije “ya lo entiendo, ¡claro! Mi gran pasión es ser astronauta y la nube pasajera son todos estos años que he dejado de perseguir mi sueño como astronauta; pero esta vez me voy a subir a esa nube y no me voy a bajar hasta conseguirlo”. Entonces me puse el traje, volví a sacar todos mis posters de astronauta y de la Nasa y me puse a investigar. Busqué información sobre planetas, estrellas… sobre la Nasa, todo con el ordenador que me había regalado mi abuelo para casos como éste, en el que tenía que investigar para lograr mi sueño.

Poco a poco, empezó a anochecer, mi madre vino a mi habitación y me vio tan concentrada, tan contenta… hacía años que no me veía así, desde antes de la muerte de mi abuelo. Por lo que decidió llevarme la cena a mi habitación, yo se lo agradecí, pero le dije que bajaría a cenar, que luego seguiría con la investigación. Durante la cena, les conté a mis padres todo lo que había aprendido esa tarde. Estaban súper contentos. Cuando terminé de cenar, llevé mi plato a la cocina, subí corriendo las escaleras y continué con mi investigación.

A las diez y media mi madre vino a mi habitación para decirme que me fuera a dormir, yo no se lo discutí porque tenía mucho sueño. En cuanto puse la cabeza en la almohada, quedé en un sueño súper profundo, pero sobre la una de la mañana una luz muy fuerte entró por mi ventana. La primera vez no la hice caso, pero la siguiente vez fue mucho más fuerte y me despertó, abrí los ojos y pude ver como algo desde el cielo se acercaba rápidamente hacia mi ventana. Me acerqué a ella y tuve delante de mí un cohete tres mil de última generación eléctrico. De repente, se abrió la puerta y salieron dos especies que parecían de este planeta, pero no lo eran. Tenían aspecto humano, pero a la vez no, era muy raro. Al principio, me asusté un poco, pero luego se presentaron.

– Hola, soy Blowy.

– Hola, yo soy Flac. Venimos del planeta Carentis. Es un lugar que mires por donde mires es verde, pero la tribu del rey Blacword quiere cargárselo todo e invadir nuestro planeta. Nuestro rey nos envió hasta aquí porque había una niña llamada Carla que tenía unos estudios muy avanzados del espacio y que sabía todo tipo de cosas sobre los planetas.

– A ver… sí que sé algo sobre el espacio y eso, pero nunca había escuchado hablar de Carentis ni de Blacword. -estaba un poco confusa-.

– Eso es porque nos mantenemos en secreto, es decir, que ningún humano sabe nada de nuestra existencia excepto tú… entonces, ¿te vienes?

Yo no sabía que contestar, no les conocía de nada y encima tendría que preguntarle a mis padres si podía ir. Por esto les pregunté:

– ¿Y mis padres?

– No te preocupes, para ir allí volveremos al pasado y, cuando vuelvas, ellos seguirán dormidos.

– Vale, pero yo no os conozco de nada y siempre me han enseñado a no irme con desconocidos.

-Tú no nos conoces, pero nosotros a ti sí.

Les hice un par de preguntas personales y las acertaron todas, así que acepté y me fui con ellos. Fue un viaje largo y yo estaba llena de preguntas como ¿por qué me escogieron a mí? O ¿quién es el rey que les mandó venir a por mí? ¿Cómo pueden mantener un planeta en secreto?… y muchísimas otras más, pero no sabía cómo preguntárselo. De pronto, me dijeron “imagino que estarás llena de preguntas, pero cuando lleguemos se te resolverán todas o la mayoría, y las que no, nos las formulas”. Yo no dije nada, simplemente esperé a que llegáramos y me dormí. Cuando llegamos, me despertaron, abrí los ojos y aquello era precioso.

– ¿Y esto se lo quieren cargar? -pregunté incrédula-. ¡Pero si es hermoso!

– Sí, pero hay gente muy mala en el universo. Hacen todo por diversión y para fastidiar a los demás.

Me llevaron con el rey, que fue quien mandó que me vinieran a buscar. Al verle, me puse a llorar. ¡Era mi abuelo! Fui corriendo a darle un fuerte abrazo, tanto que casi le tiro al suelo. Tenía un montón de sentimientos encontrados en ese momento. Después, me tiré un buen rato hablando con él. Teníamos un montón de cosas de las que hablar. Luego, me enseñaron toda la información que guardaban sobre Blacword.

Tras horas de investigación, llegué a la conclusión de que todo el mundo de la tribu de Blacword giraba en torno a una especie de centralita; entonces, lo único que teníamos que hacer era idear un plan para destruirla. Y eso hicimos. El plan era el siguiente: Flac tocaba muy bien la guitarra eléctrica y los de la tribu de Blacword odian los sonidos fuertes. Así que Flac se camuflaría, llegaría hasta la centralita, tocaría la guitarra y ahuyentaría a los Blacword; mientras, el rey (mi abuelo) se llevaría al rey Blacword a una sala insonorizada y mantendría una conversación con él lo suficientemente larga para que a Blowy y a mí nos diese tiempo a desconectar la centralita y que de este modo todos lo Blacword, incluso el rey, fueran automáticamente desconectados. Y esto significa: ¡adiós tribu de Blacword y hola Carentis!

El plan salió redondo y con doce años me convertí en princesa, viviendo en la tierra siendo una niña normal y en Carentis la princesa. Y así fue como cumplí todos mis sueños de vivir todas las historias que me contaba mi abuelo cuando era pequeña, como estoy haciendo con vosotros ahora niños.

– ¡Hala, abuela! ¿Todas esas historias las has vivido tú de verdad?

– Sí.

– Hala, me hubiese gustado conocer al abuelo.

DIBUJO: Claudia Gómez

TEXTO: Ainara Rodríguez