Hay miles de razones para dar gracias todos los días por lo que tenemos, por encima de todos nuestros problemas cotidianos. En demasiadas ocasiones olvidamos lo afortunados que somos quienes podemos ahora mismo escribir o leer estas líneas. Desconozco si es uno de los objetivos básicos de cualquier escritor o guionista de historias catastrofistas, pero entrar y salir de La carretera, la novela original de Cormac McCarthy, es todo un ejercicio mental del que nadie puede salir ileso. Editada en España por Mondadori en 2007 con traducción de Luis Murillo Font, La carretera se hizo con el premio Pulitzer de ficción en 2007, además del premio Ignotus y el James Tait Black. McCarthy logró un rotundo éxito mundial porque ya en 2006 y ahora es cada vez más reflejo de nuestra realidad: en un futuro devastado sin saber realmente qué fue exactamente lo que pasó para acabar con la civilización conocida, acompañamos a un padre y su hijo en un viaje sin final en el que la única meta es seguir vivo rodeados de barbarie provocada por los supervivientes. McCarhty no inventó demasiado aquello en lo que a diario vemos ya convertido al ser humano de nuestro tiempo: seres sin remordimiento, sin conciencia, capaces de las mayores atrocidades hacia sus semejantes sin que importe nada que no sea respirar el segundo siguiente. La pandemia que nos encerró a todos, por mucho que nadie quiera recordarlo ya, vino a decir lo mismo que ya sabemos desde hace demasiado tiempo: el ser humano es el mayor enemigo de la humanidad.
En 2009, La carretera fue adaptada al cine notablemente por John Hillcoat, con Viggo Mortensen en el papel protagonista. Tanto la película como la relectura del libro original generaban más situaciones de auténtico terror que el continuado renacer de fenómenos como el cine de zombis e infectados de esa década. Tenemos demasiadas guerras televisadas a diario como para no ser conscientes de que La carretera es el espejo de los mismos locos, violadores, caníbales y desesperados que deambulan en las esquinas más sombrías de la obra de Cormac McCarthy.
Con una obra original perfecta y medida, donde no sobra ni una sola situación y con su versión cinematográfica, capaz de convertir en imágenes de pesadilla inolvidables la misma historia, sólo un autor tan irreverente y a la vez consecuente como Manu Larcenet podía plantearse llevar a los personajes de McCarthy a un nuevo escenario expresivo a lo largo de algunas de las viñetas más impresionantes que tendrás la oportunidad de ver en tu vida.
A un autor capaz de delirios surrealistas y gráficos como los de Terapia de grupo o La Mazmorra, pero a la vez genio en su sobriedad, oscuridad y trazo realista en obras como Blast o El informe de Brodeck, queda claro que le gusta el más difícil todavía. Y cuando descubrió La carretera fue capaz de imaginar del todo esta nueva visión, atraído por “el ritmo lento y la ausencia de escenas de acción hollywoodienses. No hay un arco narrativo clásico, sino más bien una sucesión de escenas, algunas de ellas muy contemplativas. Escenas que se suceden, que se alargan hasta la siguiente. La historia avanza de una manera casi impresionista. El ambiente y el paisaje enlazan las escenas y les dan una unidad”.
Todas las biografías escritas y por escribir de Cormac McCarthy coinciden en el aspecto reservado y solitario del autor, alejado de la vida pública y la atención mediática. No obstante, autor consciente de su legado, Manu Larcenet comunicó a McCarthy su deseo de llevar a cabo esta adaptación que hoy es realidad. De hecho, si algo lamenta Larcenet es “no haber podido enviarle este álbum a Cormac McCarthy (el escritor falleció en junio de 2023). Hice algo más que leer La carretera. Me acompañó todos los días –y bastantes noches– durante dos años. Leí su novela y espero haberla entendido como a él le hubiera gustado. Le escribí, vio mis primeras páginas, pero desgraciadamente nos dejó antes de que el álbum estuviera terminado. Aunque era un escritor muy reservado, me habría encantado conocer su opinión, hablar con él. Su muerte me deja una sensación incompleta y espero que mi álbum sea recibido como un homenaje a un grandísimo escritor”.
Es evidente el reto al que, una vez más, se sometió Larcenet convirtiendo en viñetas y páginas con sentido narrativo una obra en la que el aterrador mundo exterior sobrepasa la cordura a la que los personajes protagonistas, un padre y su hijo, se aferran por encima de cualquiera de las visiones dantescas por las que se mueven, siempre asustados, hambrientos, solos pero por suerte el uno con el otro, tan cerca siempre del peor final posible. “En La carretera – recuerda el dibujante – había un universo sin vida, de paisajes apocalípticos, rotos, sucios, mugrientos incluso, y sobre todo muertos. Un escenario sin naturaleza, sin hojas, sin animales. Tuve miedo de no conseguir aguantar hasta el final porque toda esa frialdad me superaba. Por otro lado, hacer un álbum sin acción y con muy pocos diálogos es todo un reto. Cuando el autor de la novela describe un paisaje en un cuarto de página, yo a veces necesito tres o cuatro para transmitir la misma impresión. Es un libro lleno de silencios, y el dibujo debe de ser lo suficientemente interesante como para que el lector siga leyendo sin que necesariamente haya palabras que lo acompañen. Que los lectores lean mi dibujo como un texto es mi manera de ilustrar los silencios de la novela. No hay narrador, el dibujo narra. No hay diálogos, el dibujo habla. El grafismo y la estética deben retener al lector”.
Larcenet triunfa en silencio con su increíble dibujo, que es el que nos atrapa desde el momento en que nos sentamos y, voluntariamente, nos sumergimos en su mundo insalvable. Para alguien que conociese el autor con obras de dibujo tan minimalista y sencillo pero a la vez efectivo como Los combates cotidianos, creería imposible el nivel de detalle, calidad, realismo y estilo único desarrollado en esta obra. Al respecto, perfeccionista y modesto, Larcenet afirma que, “El estilo gráfico lo tuve claro desde el principio: un dibujo clásico, alejado de la caricatura. Pero, a diferencia de Sempé, yo no soy un virtuoso. Para mí, la creación siempre es complicada, me lo tengo que currar. De hecho, terminar este álbum fue muy difícil, agobiante y doloroso. Llegué a pasarme un día entero con una viñeta de 5 x2 cm.“
Hay más detalles que nos atrapan sin poder evitarlo en esta versión de La carretera convertida en cómic: una de las más vistosas es el gran formato, respetado en la impresionante edición de tapas duras de Norma Editorial, mide 24,5 x 30 cm. y nos ofrece 160 páginas de puro virtuosismo visual en un papel excepcional de gramaje suficiente para contener los innumerables grises con los que Larcenet decidió contar su versión de la historia ya conocida. “Había tomado la decisión de que fuera en blanco y negro – recuerda –, pero resultaba muy agresivo, demasiado binario. Entonces me acordé de mis clases en la escuela Olivier-de-Serres, donde descubrí los grises cromáticos: una forma de suavizar el dibujo sin desvirtuarlo, un uso muy parco del color. Soy mi propio colorista y creo que utilicé catorce sombras de gris (¡debería pensar en escribir una novela!) y algunas de las mejores páginas del álbum se las debo a esos grises cromáticos”.
Otro de los ases en la manga es, de hecho, la más personal y sobrecogedora. Leer un libro es siempre el ejercicio de cada imaginación individual. Y la forma en que cada lector da vida en su mente a personajes, paisajes, villanos y acontecimientos es única. En el caso de La carretera, Larcenet iniciaba su carrera creativa por detrás de algo tan poderoso como una buena película con muy buenos actores de la talla y presencia en pantalla de Viggo Mortensen y escenas posiblemente grabadas aún a fuego en las retinas de quienes vimos el largometraje en pantalla grande. Y pese a todo, también en eso triunfa, ofreciéndonos una visión aún más descarnada, angustiosa y efectiva de los protagonistas y todos los horrores que encuentran a su paso.
“Creo que he sido totalmente fiel a la novela y a su autor – declara, convencido –. No conocí a Cormac McCarthy, pero sin duda comparto gran parte de sus visiones. Por supuesto el dibujo es otro lenguaje y tuve que hacer concesiones. Por ejemplo, en la novela se intercambian muy pocas miradas. Porque los dos personajes avanzan sin cesar, porque hablan poco, porque hay ceniza, porque van enmascarados… Me pareció importante utilizar sus miradas para expresar ese vínculo tan fuerte entre padre e hijo y la emoción que emana de él. Del mismo modo, en ese mundo sin vida también encontré la manera de colar algunos animales, sin alterar la historia, como verá el lector”.
Aún más lejos de esas pequeñas libertades, a las pausas aterradoras y a la presencia de otros habitantes de la carretera que siguen y a veces evitan los protagonistas, Larcenet añade en sus silencios grises mucho más que la escasa presencia de animales. De hecho son las bestias humanas a las que retrata de un modo implacable y realmente aterrador, cometiendo en silencio atrocidades sugeridas apenas en intrincadas viñetas hipnóticas de las que resulta imposible escapar durante minutos. Larcenet sugiere y, cuando no lo esperas, te sorprende con el relato gráfico completo de la terrible realidad de La carretera. Creando la misma sensación de angustia e impotencia que las medidas palabras de McCarthy en su novela, este enorme dibujante y guionista mantiene la misma sensación de pesadilla de la que nos puedes escapar hasta el final.
El resultado es abrumador. ¿Cuántos cómics has leído últimamente que sean capaces de remover tu interior, tu conciencia y volver al principio de esta reseña?… A estar agradecidos de nuestras rutinas, de nuestro orden, de poder disfrutar de este momento o de la lectura de esta pequeña obra maestra de Manu Larcenet. Cuando hace meses oí hablar por vez primera de la existencia de esta obra en una presentación de Norma Editorial, la promesa de la que apenas podía verse su portada ya daba ganas de leerla, de saber de lo qué era capaz este grandísimo autor. Si pasas cerca de este libro en tu tienda de tebeos favorita y te dejas llevar más allá de la gran composición de su portada, será inevitable que des el salto siguiente y acabes tú también en La carretera.
SOBRE LOS AUTORES
MANU LARCENET
Emmanuel Larcenet (1969) debuta profesionalmente en 1994 en las páginas de la revista humorística Fluide Glacial, con la que entabla una fructífera relación que se prolonga hasta 2006. Allí afila sus mejores armas: la mordacidad, la parodia y el sentido del absurdo. Creador inventivo y versátil, sus primeros álbumes, titulados Soyons fous y 30 millions d’imbéciles, ven la luz en 1996. En 1997 funda junto a Nicolas Lebedel el sello Les Rêveurs, donde edita obras experimentales como Dallas Cowboy (1997), Presque (1998), On fera avec (2000) L’artiste de la famille (2001). En paralelo, colabora con grandes editoriales francobelgas. Para Dupuis dibuja la trilogía La vie est courte (1998-2000), sobre textos de Jean-Michel Thiriet. Con el sello Dargaud lanza Les cosmonautes du futur (2000-2004), sobre guiones de Lewis Trondheim. Con Delcourt participa junto a Trondheim y Joann Sfar en la popularísima serie La Mazmorra, ilustrando el ciclo Festival (2000-2007). En 2002 alcanza el éxito editorial junto al guionista Jean-Yves Ferri con La vuelta al campo, divertidísima serie que aborda en clave de humor las vivencias de un dibujante urbanita instalado en la campiña francesa. Un año después se consagra con Los combates cotidianos, cuya primera entrega le vale el premio al mejor álbum en el Salón de Angoulême en 2004. En 2009 experimenta una sorprendente mutación gráfica con Blast, obra maestra en cuatro volúmenes que compagina, entre otros títulos, con el álbum unitario Valerian visto por Manu Larcenet: la armadura del Jakolass (2011) o la serie Una aventura rocambolesca de… (episodios inventados de la vida de personajes históricos como Vincent Van Gogh o Atila el Huno). En los últimos años su firma aparece asociada a adaptaciones literarias de envergadura, como El informe de Brodeck (2015), a partir de una novela de Philippe Claudel. Norma Editorial acaba de reunir en un integral los tres volúmenes de Terapia de grupo (2020-2022).
CORMAC MCCARTHY
Tras pasar cuatro años en el ejército estadounidense, Cormac McCarthy (1933-2023) encadena pequeños trabajos para sobrevivir, pero enseguida decide dedicarse exclusivamente a escribir. En los años sesenta publica sus primeras novelas, en las que explora distintos géneros, del Southern Gothic a la novela del Oeste. Obtiene un primer reconocimiento de la crítica con Hijo de Dios (1973). Meridiano de sangre (1985) también tuvo buena acogida, pero el verdadero éxito le llega con Todos los hermosos caballos (1992). En la década del 2000, No es país para viejos y La carretera lo consagran definitivamente. Escritor reservado que escogió vivir para escribir, McCarthy siempre se negó a dar entrevistas o a participar en encuentros con sus lectores. Las únicas excepciones fueron un reportaje del New York Times y una entrevista en el programa de Oprah Winfrey. La carretera concentra buena parte de las inquietudes de un autor interesado por los sueños y su interpretación y preocupado por la fragilidad de la humanidad y su posible destrucción. Más de 15 años después de La carretera, y uno antes de morir, McCarthy publica su última obra, el díptico El pasajero–Stella Maris.