Prisioneros del silencio
Caminito de susurros,
de alquitrán y asfalto.
Cementerio deshonesto,
que esconde esclavos.
Prisioneros del silencio,
que bajo el grano,
de la arena del camino,
susurran sus llantos.
Caminito sin destino,
más que al espanto.
A paladas sus gritos,
calla el cansancio.
Duerme la misericordia,
entre mullidos rosarios,
rellenos de mil mentiras,
que rezan los soldados.
Caminito de posibles,
descendientes huérfanos.
De sus viudas madres sacan,
a unos padres perfectos.
Historias que el campo canta,
con la dulce voz del viento,
las traducen a palabras,
para sus retoños inquietos.
Caminito de susurros,
que olvida el tiempo.
Traiciona a las familias,
y a los niños huérfanos.
El perdón salva las almas,
el olvido remata muertos,
los relatos flores regalan,
a los prisioneros del silencio.
Dualidad de posesión
Cuando todo lo he perdido,
cuando no me queda nada,
sigo teniendo todo el todo,
porque mi todo es la nada.
La nada que me arrebatan,
sin devolver antes el todo.
Como mi todo es la nada,
yo con nada me conformo.
Entonces no me conformo,
y la quiero yo devuelta.
mi nada crece en su ausencia,
siendo al final un todo.
Por tanto lo tengo todo,
poseo el todo y la nada.
Y si mi nada es el todo,
entonces nada me arrebatan.
Cuando nada tengo, lucho,
cuando todo tengo, calma.
Ya no sé ni lo que tengo,
hasta que quien debe habla.
12 de octubre en el periódico
Ese soy yo,
ese punto negro que se encuentra al filo,
entre la farola y el edificio,
ese que no tira flores a María,
ni pisa la plaza de las santas reliquias,
ese soy yo mismo.
Pues no te veo.
¿Cómo vas a verme, alma de cántaro?
¿Cómo vas a ver algo que he inventado,
en un ataque de ego frustrado,
que de noche en noche me roba los años,
y de día en día arranca los milagros,
de la mayoría?
¿Por qué me mentirías?
Porque si piensas ese algo de mí,
siento que los labios de carmesí,
se pinta María delante de todos,
y me pertenezco, al menos un poco.
Entonces, ¿quién?
¿Quién entre toda esa masa uniforme,
cuál de las miradas huecas y feroces,
qué brazo erguido a lo alto es el tuyo,
de entre los hombres, mujeres y niños,
eres tú alguno?
La verdad, creo que soy todos.
Soy todos y no soy ninguno,
soy aquel que vive del murmullo,
soy el aliento de frío congelado,
el vaho que desprende el condenado,
a la inexistencia.
Ay, qué tontería,
ahora miro y te veo escondido
bajo un abrigo, y una sonrisa.
Ese soy yo,
es la parte de mí que responde,
a las papeletas de versos sin nombre,
a los discursos de cuentos pasados,
y al sonido de gritos ahogados,
bajo los golpes.
Tranquilo José,
te regalo una estampita del Niño,
y con este guiño, te doy a entender,
que también los oigo, no se dejan ver.
Vagos y Maleantes
En el callejón de los desdichados,
hay un hombre pidiendo centavos,
para comprar su última cena.
Prende de un hilo, si comerá consigo
mismo, o lo hará junto a su condena.
En el callejón de los desdichados,
ese hombre sordo se ha quedado,
de tanto escuchar las sirenas.
Ecos de los grises, que atrapan
a los infelices, y aplican la sexta enmienda.
No Señor, no es cuestión de honor,
ni lo es de decencia.
Escogió el bando perdedor,
para la indigencia.
En el callejón de los desdichados,
no hay caballeros mutilados,
aunque un brazo de recuerdo la guerra,
se llevase consigo, pagando con moneda
de tiros, lo único que tiene en la cartera.
En el callejón de los desdichados,
los recuerdos son desechados,
para evitar las gangrenas.
Que causa el delirio, de pasados,
ahora ficticios, y futuros fuera de escena.
No Señor, no existe el dolor,
ni tampoco la pena.
Si de la calle es usted vividor,
será porque lo desea.