Hace diez años vi a un grupo de adolescentes en un tugurio del centro madrileño ofrecer un buen concierto, divertido y ligero, cuyo público estaba conformado esencialmente por universitarios amigos de sus miembros. Ayer vi a ese mismo grupo ofrecer un concierto absolutamente magistral, onírico, presentado por un periodista musical renombrado, en una sala magnífica de la Gran Vía, con un sonido estelar, con un público eufórico e intergeneracional y la sensación de que uno se encuentra palpitando en un momento histórico e inflexible para la música en nuestro país es algo tan increíble como implacable ha sido la evolución mayúscula de estos genios: Tangerine Flavour.


Yo he crecido con ellos. Los he seguido muy de cerca. He llorado con ellos. Se me han puesto todos los pelos de punta. Los he visto en directo muchas más veces que a cualquier otro artista y formación musical y siempre le repetía a mi gran amigo Pablo que cada vez que los veía eran mejores. De tanto repetirlo seguro que llegó a pensar que era un pelota y un mentiroso. Tengo que expresar lo mejor posible por qué no lo soy. Porque lo del pasado viernes merece ser contado.

Las primeras grabaciones eran buenas. “Empty Fantasies” de 2023 fue algo glorioso que me voló la cabeza como nunca hubiera imaginado. Siquiera igualar la genialidad de ese disco parecía más bien una conjunción cósmica y altamente improbable. Pero parece que estos hombres se ríen del tiempo y dando una soberana lección de trabajo, talento, honestidad y amor a la música logran un disco que no me atrevo aún a considerar mejor o peor, pero que sin duda alguna iguala la calidad absolutamente enloquecedora y sublime de su predecesor: “Space Cowboy”.


No. Esto no es hagiografía. No es para cumplir. No es para quedar bien. Cualquiera con dos neuronas musicales y un mínimo de sensibilidad artística que le dedique con mimo una porción de su tiempo a estos dos últimos trabajos comprenderá perfectamente que esto es muy especial. Podría desgranar canción a canción las veinte maravillas que componen el estelar “Space
Cowboy”
pero no le querría destripar mucho a algún posible neófito. The Beatles, The Band, The Eagles, The Allman Brothers; influencias musicales africanas, latinas, afroamericanas… ¿Hace falta añadir más? ¿De verdad?
Música de primerísimo orden ¿Digo lo que pienso? Se meriendan musicalmente a toda esa piara de pseudo artistas que llenan el Bernabéu a base de… ¿de qué? ¿Marketing? ¿Modas efímeras, vacuas y antiartísticas? Me duele mucho. Me hace rabiar, como melómano, vivir en una realidad así.

Que la vida es injusta lo sabemos muchos. Puedo poner como ejemplo el de una de mis grandes bandas favoritas: Marillion. He llegado a tal punto de melomanía que ya no tengo artista o grupo favorito. No tiene sentido poner a competir a quién quiero más si a Beethoven o a Bob Dylan. ¿Cuál es la formación musical que mayores placeres me ha dado en los últimos años?
Genesis, Rush, Marillion, Dream Theater, Opeth, Tangerine Flavour

Empate técnico. Y Marillion tiene una curiosa historia que se podría comparar en la distancia con la de Tangerine: una música excepcional para una excepcional minoría. Las canas han tratado bien a mis amadísimos británicos y aunque sean incapaces de llenar estadios o incluso pabellones cuentan con una decente legión de acérrimos que han elevado a la banda a lo largo de los
años hasta conformarla como un acto de culto solo apto para mentes selectas. Ojalá el paralelismo con Tangerine Flavour llegue, como mínimo, a un lugar del cosmos que se pueda comparar. Ojalá.

Como se dice coloquialmente sería cagar muy alto el soñar con ver a Tangerine, Marillion, IQ, Opeth o millones de ejemplos más convertirse en un fenómeno cultural masivo que arrastre a miles y miles de almas enloquecidas pero desearía ver a tan formidable pléyade gozar de un estatus y un reconocimiento para, como mínimo -y volviendo a las expresiones coloquiales- poder vivir de esto.

Diez años. Diez años en que los he visto en innumerables rincones y escenarios. Porque tengo la fortuna de contar con la amistad de sus miembros, sí, pero sobretodo porque la evolución de este conjunto desde aquel ya lejano 2014 hasta el día de hoy es indescriptible y me alimenta mi propia vida. Ojalá yo, como persona, hubiera crecido, aprendido y vivido la mitad de la mitad que ellos.


Ilustrar con ejemplos ajenos a la visión de uno siempre es enriquecedor. Y más si las apreciaciones vienen de todo un señor, portador de canas, Dylaniano hasta la médula, con quien tuve el privilegio de compartir espacio a menos de un metro del escenario. Perdí la cuenta de las veces en que se giró, gesticulando asombro y maravilla ante tal constelación musical. “Son profesionales” me dijo a la salida. Son más que eso. Y lo mejor es que cada vez son más y más y más grandes. Nunca cambiéis y seguid así, por favor. Yo lo necesito. Pero sobretodo es España y el mundo entero el que necesita artistas musicales así.

Texto: Álvaro García Gutiérrez
Fotografías: Jorge Ferrer

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